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El que no quiso poner la ofrenda

Había un señor que siempre se burlaba de su esposa por mantener la tradición de poner una humilde ofrenda para los difuntos en la celebración de Día de Muertos. Cada año la realizaba en su casa con lo poco que tenía a su mano ya que su esposo no le daba dinero para que lo gastara en “supersticiones“, sin embargo, él si gastaba el dinero en borracheras y parrandas que terminaban hasta el amanecer.

Fue una ocasión, en vísperas de día de muertos que salió por la tarde de su casa para ir a tomar unas cervezas al pueblo, ante lo cual su mujer le pidió que le trajera unas veladoras y algunas frutas para colocar en la ofrenda en memoria de sus padres. Pero ni así logró convencer a su marido el cual refunfuñando salió dando un portazo tras de si y se encaminó hacia el pueblo.

Después de varias rondas ya estaba muy borracho y terminó por acordarse de su madre y sintiéndose un poco culpable decidió salir temprano hacia su casa de regreso.. era ya la media noche cuando al pasar por la zona despoblada que se encuentra cerca del cementerio, vio que mucha gente venía en dirección al pueblo. En primer lugar venían niños jugando con mucha alegría y atrás de ellos la gente adulta; entre la multitud vio a uno de sus tíos que ya había fallecido.

Quiso seguir esa procesión pero quedó aprisionado en un ocote donde estaba recargado. Por más intentos que hizo para liberarse no pudo y a causa de la borrachera y el esfuerzo realizado se quedo dormido. Aún no amanecía, cuando vio que la procesión ya venia de regreso en el mismo orden que la había visto anteriormente. Cuando la procesión de gente pasó a su lado, se dio cuenta que todos traían en sus manos las ofrendas que les habían puesto sus familiares.

Entre los difuntos vio a sus padres muy tristes, sólo traían una tortilla y un bultito de quelites mientras todos cargaban cestos repletos de frutas y comida. Cuando las ánimas terminaron de pasar, el individuo se desmayó de la impresión. Poco después del amanecer, recobró el sentido y se liberó del ocote. De inmediato regreso a su casa y le contó a su mujer lo que había visto y le preguntó qué ofrenda le había puesto a sus papás y le dijo que sólo una tortilla y unos pocos quelites, pues no había para más.

El hombre se arrepintió por no haber hecho un esfuerzo para poner una ofrenda digna. Juro hacerlo para el año siguiente pero la muerte truncó sus intenciones.

Es por esta razón que se acostumbra la tradición de ofrendar a nuestros difuntos.

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