La conmemoración religiosa a la Virgen de los Dolores, es una tradición añeja que se remonta en nuestro país a la época de la conquista y que heredamos de las culturas del Viejo Mundo.
Sobre sus orígenes, Antonio García cubas, en el libro de Mis Recuerdos, nos comenta que por resolución del Sínodo provincial celebrado en Colonia en 1493, dos o tres semanas antes del sexto viernes de Cuaresma, fue consagrado a la Virgen como un tierno recuerdo a sus Dolores.
Desde entonces, esta conmemoración se realiza un Viernes antes de la Semana Santa, el llamado de Dolores, en el cual solían levantarse altares no sólo en las iglesias, sino también en los hogares devota y ricamente ornamentados.
Una descripción elocuente de los altares de Dolores es la que hace Mariano de Jesús Torres, en su libro Costumbres y Fiestas Morelianas del Pasado Inmediato: “El Viernes de Dolores todas las capillas se adornaban de una manera extraordinaria; macetas con flores exquisitas, pájaros cantadores, naranjas con banderitas de oro volador, festones de verdura, el pavimento regado con oloroso mastroanto, velas de cera también con banderitas, todo esto constituía el adorno; además el incienso esparcía su embriagante perfume, y el pito y el tambor tocaban esa sinfonía monótona y característica que se acostumbraba en esos días: en algunas capillas había música de cuerdas”.
“En las casas particulares ponían hermosos altares y la gente recorría el cementerio y las calles de la ciudad viéndolos y no faltaba donde obsequiaran a los concurrentes con enormes vasos de agua fresca y sabrosísima chicha”.
El motivo principal del Altar era la imagen de la Virgen, ya fuera escultura o pintura, elaborada por reconocidos maestros y artesanos; las primeras, manufacturadas con diversos materiales, ricamente vestidas de terciopelo morado o negro bordado con hilos de oro y plata y en el costado izquierdo, lugar del corazón, siete espaditas clavadas. En los lienzos se representaba a la Dolorosa con las manos juntas y lágrimas en sus ojos, vestidas también de negro o morado, sin faltar los siete puñales que simbolizaban sus Siete Dolores.
En la actualidad esta tradición ha sido prácticamente confinada a las iglesias y podemos afirmar que el único lugar público de carácter laico, donde es posible apreciar un Altar de Dolores solemnemente decorado, es en el Museo del Estado, que de esta forma cumple con uno de sus objetivos primordiales: rescatar, preservar y difundir nuestros valores. El altar que el Museo erige, aparte de la imagen de la Virgen, de arte plumaria, tiene simbólicos y amarillentos trigos germinados, semillas de maíz, trigo, frijol, lenteja y chía, manzanas y naranjas con sus banderitas clavadas, ramilletes de azucenas, gladiolas y camelinas, manzanilla fresca y laurel, sin faltar el agua de colores y las velas, como antaño.
Por otra parte, es importante señalar que el Altar de Dolores, como todas las conmemoraciones cristianas, tiene un profundo mensaje de enseñanza religiosa, a través de sus simbolismos y alegorías. Una interpretación de éste es la que referimos a continuación tomada de la conferencia ofrecida el 28 de marzo de 1997, por el Arq. Manuel González Galván, investigador y estudioso del arte y de la iconografía religiosa, quien hizo un análisis detallado de los elementos que conforman el Altar.
Como ya mencionamos, las imágenes de la Virgen se representaban con siete espadas clavadas en el corazón, que simbolizaban sus siete Dolores, y el número siete para el cristianismo significa infinitud, de tal manera que al hablar de los Siete Dolores de la Virgen se está diciendo que sufrió infinitamente. Estos son:
- El primero, narrado por San Lucas, en los Evangelios, quien al referir la vida de Cristo, comenta que cuando llevó la Virgen al Niño a presentar al templo, como la tradición judía lo manda, el anciano Simeón le profetizó: “su cuerpo será para la salvación o condenación de muchos pecadores y a ti una espada te atravesará el corazón para que se descubran los pensamientos de muchos corazones”.
- El segundo, la huida a Egipto, al ver a su hijo perseguido y tener que abandonar la Patria.
- El tercero, el Niño perdido y hallado en el templo, el dolor que significa para una madre perder a su hijo.
- El cuarto, cuando camino del calvario se lo encuentra cargado con la cruz y humillado.
- El quinto, la crucifixión y agonía de Cristo.
- El sexto, recibirlo muerto: la Piedad.
- El séptimo, el Sepulcro de Jesús.
Estos representan en la iconografía cristiana con siete espadas, las espadas de la profecía de Simeón y en los Altares de Dolores, con siete velas encendidas.
Característico de la temporada de Cuaresma y de los altares es el color morado, que vemos en las iglesias y en las representaciones del Vía Crucis; Cristo cargado con la cruz, en su pasión, lleva su túnica morada; a la Virgen de los Dolores la reconocemos por su túnica morada y el morado para la religión católica es sinónimo de penitencia; por ello a la Virgen se le viste de este color, señal de que está sufriendo.
En algunos altares la Dolorosa lleva manto blanco, símbolo de pureza; en otros el manto es azul que representa el matrimonio, y que quiere decir que es la madre que está sufriendo. Después de las tras de la tarde del Viernes Santo, la Virgen viste de negro, ya como la Virgen de la Soledad en señal de luto y alusión a la muerte de Jesús.
Una simbología muy profunda de los altares son los trigos germinados. Representan el cuerpo de Cristo, porque del trigo se hace el pan y de acuerdo a la fe, se recibe a Cristo en esta forma, en la Comunión. El color del trigo es amarillo y madura con el sol que también es amarillo y para que el trigo nazca amarillo se pone a germinar oculto, en lo obscuro. Alegóricamente, la religión con ello evoca el ocultamiento de la naturaleza divina de Cristo, que se manifiesta en su apariencia humana, como redentor, en su pasión y se le ponen a la Virgen para recordar que ella asistió a este misterio del sufrimiento, pasión y muerte de Cristo.
Las semillas, que según se dice son las que se llevan a bendecir para la siembra, junto con las frutas y verduras representan a la naturaleza; considerada una aportación nuestra a los Altares de Dolores, ya que si bien es cierto los europeos hacían algunas asociaciones de los alimentos con la religión, igualmente nuestros pueblos prehispánicos los relacionaban, baste recordar que en algunas culturas del México antiguo, el maíz era considerado carne de Dios y del hombre.
En este sentido también el cristianismo asocia a la naturaleza con el color verde que simboliza al campo dando frutos y al sacerdote quien administra los sacramentos para hacer florecer el espíritu.
En cuanto al laurel, sabemos que significa triunfo no solo en el sentido de la devoción, sino también en otros. En los altares es el triunfo sobre el dolor, el pecado y la muerte. La manzanilla fresca, que se utiliza como remedio para aliviar los dolores, es una medicina y su flor parecida a la margarita, rememora al sol.
Las manzanas y naranjas, como todos los elementos del altar tienen una alegoría intensa. Las primeras se identifican con el fruto prohibido, en la tradición Judea-Cristiana, con el pecado de Eva que cayó en tentación de comerlo. Las segundas evocan a la Virgen quien al contrario de Eva vence al pecado, al aceptar ser la madre de Cristo, admite todas las consecuencias: el sufrimiento, representada por una fruta acre.
En estas naranjas se clavan banderitas de oro y plata para indicar el triunfo de Cristo y de la Virgen sobre el pecado y el mal.
De las aguas de colores comentan algunos escritos, que aluden a las lágrimas de la virgen. Sin aseverar tal representación sí podemos afirmar que forman parte de la simbología que el catolicismo otorga a los colores y que en los altares brillan vivamente.
El Altar de Dolores, como vemos lleva implícito un profundo aprendizaje y un recuerdo devoto hacia ésta conmemoración, que penetró intensamente no sólo en el sentir de la gente, sino también en el pensamiento de los artistas quienes crearon bellas imágenes y lienzos, sonetos y cantos como el fragmento que a continuación compartimos; localizado por María Teresa Martínez Peñaloza, en un Septenario de 1793.
Canción Devota a la Virgen Santísima de los Dolores
Salve, mar de penas
Salve, triste Madre
Salve, fuerte pecho
Dolorido, Salve.
Oh roquel lloroso
Oh sentida Madre
Tus hijos te llaman
Gimiendo en el Valle
Salve mar
Oh afligida Aurora
Do irá que descanse
Tu memoria triste,
Por las crueldades
Salve mar
Oh siete Dolores!
Oh pecados nuestros
Oh penalidades!